6/12/11

Deseo, hambre, ganas

Deseo, hambre, ganas. De fundirnos en un abrazo de nuevo, pero esta vez con el contacto de nuestros cuerpos desnudos, con el calor que desprendías y que manaba de mí. Caricias, contacto, y besos, siempre besos. Guerra de labios, de lenguas. Esa guerra sin víctimas, sin vencedores ni vencidos. Esa forma tan nuestra de comunicarnos con una de las partes más sensibles del cuerpo humano. Poca gente sabe utilizar la boca, los labios. Escasas parejas se compaginan tanto como tú y yo en ese quehacer tan sublime. Y mientras, con ambas manos nos recorríamos, aprendiendo de nuevo cada pliegue, reconociendo otra vez cada curva, cada rincón. Volvíamos a ser tú y yo, yo y tú, pero en uno mismo. Y para ello te tendiste en la cama, con la cabeza entre las almohadas. Yo te seguí, subí encima de ti, apoyando primero mis manos en tu pecho, separando mis piernas. Bajando muy lentamente, abierta para ti; levantando una mano para llevarla hasta tu sexo, acariciándolo, jugando con él cerca, muy cerca del mio. Sintiendo su altivez y su calor… sin prisa, saboreando. Mientras mis manos acariciaban tus muslos, y subían despacio hasta tus nalgas, con un roce casi imperceptible que hacía poner a tu piel encrespada, rugosa, apuntillada por el estremecimiento más intenso de placer y de gusto. Sin hablar, mirándonos fijamente, empezaste a introducirte mi sexo muy despacio en tu entrada, en la puerta del paraíso. Aprecié con ese gesto la humedad latente que toda la situación te había provocado, pero que mis dedos no habían querido romper. Era mi sexo, quien por primera vez en todo el tiempo que llevábamos juntos, era el primero en saborear tus flujos. Y en lubricarse con ellos, para hacer el camino más ágil. Aunque ambos logramos que fuera un camino sumamente . lento. Tú bajabas milímetro a milímetro, y en cada avance, mi cuerpo vibraba entero. Y el tuyo disfrutaba de cada roce, de cada avance con toda la intensidad. Fue cuando te sentiste totalmente llena de mí, cuando tu boca se abrió exhalando un suspiro que se me antojó larguísimo y que llenó la estancia de una música celestial. Mis manos, apoyadas en esas nalgas que me enloquecen, firmes, pretas y redondas, justas a la medida de mis palmas, empezaron a presionar hacia arriba, ayudando a tu cuerpo a alzarse de nuevo. Acompañándolo hasta el límite. Hasta el preciso lugar en el que solo la punta de mi sexo permanecía en contacto contigo. Y allí, dejé de presionar, y dejé libre tu movimiento, para que dirigieras de nuevo tú sola el descenso, a tu antojo. Antojo que coincide con el mío. Porque tú sabes lo que quiero. Sabes que lo que me gusta es lo que a ti te gusta. Porque estamos hechos el uno para el otro.
**Zaira**

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